domingo, 19 de febrero de 2012

Literatura, balas y salsa cabilla: Una ojeada reflexiva a los cuentos de Orlando Chirinos


¿Dónde comienza la violencia en nuestro país y cuándo se termina? 

Hablamos del mundo de la violencia como si fuera una dimensión aislada, ajena a nosotros, los educados (y eruditos a la violeta) estudiantes de nuestra prestigiosa "Universidad de Carabobo". Sostenemos discursos a diario como: «Yo puedo ser humilde pero no ando “malandreando” a nadie» o bien el que reza que podemos ser niños lindos que viven confortables y seguros en una bonita urbanización y según una extraña creencia superior y común en todos, estamos a salvo por esto.

“No solo es violencia lo que vivimos en este país, sino una transfiguración hacia la maldad pura, sujeta a la más terrible pérdida de valores que nuestra sociedad ha podido experimentar” nos explicaba Santiago Moreno, nuestro profesor de ética del docente, durante una de sus clases: 

“Un malandro no te va a encañonar para robarte un sandwish de jamón y queso porque tiene hambre; él te va quitar los zapatos, la ropa, tus documentos y de paso te da un tiro antes de irse” parafraseando la idea general que elabora Alejandro Moreno Olmedo en su libro «Y salimos a matar gente: Investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular» donde ambos no podrían tener más razón.

El ciclo de violencia en una vida, termina con la cálida mordida del plomo dentro del cuerpo del sujeto. No hay más salida, aunque nuestro delincuente sea encarcelado, la violencia no se alejara de él, ni él de ella, al contrario será más cercana y más familiar que nunca. ¿Pero de dónde provino principalmente? Yo pienso que se está germinando en este preciso momento, en donde nuestra vecina está propinándole algunos correazos a su niño de tres años por cualquier menudencia que como niño se le ocurrió hacer, y lo golpea más tarde con un zapato, con un trapo o con su pesada e injusta mano. Porque ella está cansada de alisar cabellos y arreglar uñas ajenas, de no tener una figura masculina a su lado ayudándola a llevar tanto peso, porque solo tiene 17 años y Yosnaikel es el tercero de sus hijos pero no el último y todos en ese rancho tienen tanta hambre de una vida tranquila y de experimentar una pizca de amor y la vida en las interminables escaleras del barrio es algo que no avisa cuando llega, cuando se va y siempre pasa demasiado rápido, abofeteándolos a todos.

Bien lo explica el rapero español, Nach Scratch en las letras de su «Chico Problemático»:

«Y no es casual / esta desesperación / a causa de una educación que inspira desmotivación / Está de moda ser el más malo / el más villano / el más cabrón / y hacer la mayor locura para llamar la atención / Triste confusión entre el miedo y el respeto / Pero el chico se siente grande cuando pasa y los demás se quedan quietos…».

Y ese chico que crece, que llega enojado a nuestras aulas, será quien el día de mañana nos apunte con una pistola dentro de un atiborrado bus del transporte público. Porque somos un conglomerado social, un sincretismo de clases que se desarrolla a manera de simbiosis, decorada con ese toque de violencia, tan común en Medellín como en Ciudad Juaréz, Caracas o Maceió. Es la violencia que nos une en un contexto tan similar y característico como que los pesebres de Medellín con esas pequeñas casitas en los cerros no son diferentes a los de Petare, El Guarataro o El Quilombo de nuestro país o a Las Favelas de São Paulo y que si bien son el epicentro del problema, nadie ni nada escapa.

Ni siquiera la literatura, que muchas veces lejos de ser concebida como una dimensión donde las mentalidades se refugian creando mundos imaginarios, puede llegar a ser más vivencial y estrechamente ligada a nuestra cotidianidad. La violencia en Latinoamérica es una estampa de nuestra sociedad, convirtiéndose en otra clase de resistencia, en oposición a las normas establecidas en este caso por nuestros gobiernos. Los escritores no escapan de este tipo de realidad, así se deciden a tomar este discurso para criticar la violencia que predomina en el entorno, como un llamado de reflexión a los lectores. 

Jorge Franco, escritor colombiano reconocido principalmente por su novela Rosario Tijeras (1999) afirma en una entrevista para BBC mundo: «Si nosotros podemos mostrar en nuestros libros que hay un drama humano, que detrás de esa droga que se consume tan alegremente en las discotecas, aquí hay jóvenes que se están desangrando, aquí hay varias generaciones de muchachos que se han venido a menos, que han perdido sus principios, que han muerto, ¿por qué no mostrarlo?». 

Es así como se nos antoja entonces, mientras recorremos los pasillos de una librería, devorarnos un libro de contenido realista, mordaz y satírico, cuya lectura no simbolice menos que un profundo y pleno disfrute y con suerte de principiante, nos topamos con Los Días Mayores (2005) de Orlando Chirinos, haciéndonos ojitos desde una pila de libros no menos interesantes, aun así decidimos llevarnos esa edición de Monte Ávila y no arrepentirnos nunca de ello.

Acorde a esta temática de violencia que se torna común, cabe destacar en Los Días Mayores, cuatro relatos que llaman principalmente nuestra atención: Señales de respeto, Cegato como Homero, Mismísimo Dios y Polifemo en los ojos. El hedor de la muerte es lo primero que alcanzamos a percibir, pero no como un manto oscuro que cubre el relato volviéndolo escabroso y desagradable, sino como algo más rutinario y con más razón, al alcance de todos nosotros. Tan habitual que señales de respeto nos relata la travesía vivida por algunos habitantes del pueblo, quienes aupando el interés popular han enviado a buscar el bicentenario cadáver de Lozano Freites, para exhibirlo con orgullo en la plaza de pueblo, siendo recibido por el propio alcalde Manduca Villa, con bombos y platillos al igual que un prócer. Para más tarde abandonarlo camino a los cebollares, cuando se convirtió en una molestia insostenible y por demás absurda. 

Cegato como Homero, por otra parte, es narrada por alguien quien tuvo la calamitosa oportunidad de ser participe en los funerales de Héctor Armando un delincuente del barrio, muerto a mano de Aquiles en un enfrentamiento nada común que desbordo la sed de venganza de sus seguidores, pero sobre todo, la despedida más festiva y caótica que podría tener un difunto. Similar al sepelio de Johnefe, el hermano mayor de Rosario Tijeras, a quien lo tuvieron ocho días “paseándolo”, dándole todos aquellos gustos (mujeres, drogas, disparos al aire, alcohol) que tanto le agradaba en vida. No tan evidente la comparación como la de los funerales del propio Héctor en La Ilíada, que fueron todo un festejo para conmemorar al héroe como lo merecía, Héctor Armando, su héroe también. Entre tanto Mismísimo Dios y Polifemo en los ojos nos demuestran la multiplicidad de perspectivas con la que se puede abordar al relato donde personajes distintos cuentan su versión de un mismo hecho, desde diversos puntos de vista; según el policía con algo de ética y según el homosexual tetón: La historia no es otra sino la masacre de unos presos dentro de un bar olvidado de Dios, en medio de la llanura.

En la narrativa de Chirinos es interesante destacar como se propone una tipología de los personajes, en la que basándonos en las teorías sobre la estructura del relato de Bremond (en referencia a las ideas primigenias de Propp), nos encontramos con un héroe que ha transmutado su figura hacia la del villano, convirtiéndose así en el anti-héroe, como en el caso de Héctor Armando, Cara de piedra y El Capitán, quienes hacen las veces de malvados también, pero dentro de la historia tienen su más marcado porte heroico. Los donantes, encargados de dar la información al héroe para lograr su cometido, no son más que otros villanos dentro del relato, donde es común que un objeto mágico sea una pistola, una caja de balas o un paquete de droga. Se tienen entonces que de cada secuencia dentro del relato, se originan funciones múltiples de un mismo acto, abriendo o no la posibilidad de acciones reparadoras de los daños sufridos o de una acción justiciera, ya que en los relatos de Chirinos, nunca estaremos tratando a estructura totalmente lineal. 

Otras características que bien valen la pena resaltar, es ese entorno entre lo urbano y lo rural, donde la violencia es el tópico número uno, en el que todos podemos opinar, contar nuestras anécdotas personales y sentirnos identificados. Existe también una honda exploración del habla cotidiana a través de un narrador testigo, que genera sin duda una atmosfera más cercana a nosotros, a nuestro día a día, a través de la axiología de sus personajes y que nos permite a su vez, realizar inferencias acerca de la situación económica o el contexto social en el que estos se encuentran. La violencia y la delincuencia son el resultado del quiebre de una serie de cosas, desmoronándose unas tras otras como fichas de dominó puestas en fila sobre una mesa, donde los delincuentes comunes se mezclan con los delincuentes políticos, siendo el estado injusto y represor, por tanto, el enemigo más palpable. Entre los recursos más notorios encontramos el uso de la hipérbole o exageración del discurso, puesto en práctica para hacer reaccionar al lector dentro de su realidad.

Por último, pero no menos importante, se encuentra la relación de los cuentos de Chirinos con el relato épico, en este caso con La Ilíada. Existe sin duda una parodia del discurso literario, que implica nada menos que una visión crítica de la literatura como oficio, creando también un juego entre nuestra cotidianidad y el relato épico, juego en el que unos funerales como los de Héctor son preparados a diario para todos nuestros queridos malandros del barrio.

La violencia es un arma, un medio para conseguir lo que se desea, la literatura también. Indudablemente en este caso, la literatura se ha armado del discurso violento, para intentar despertarnos del letargo en el que nos encontramos sumergidos, sin embargo y por desgracia, la violencia nunca se armara de literatura para oponer resistencia al sistema en el que está en contra y más lamentable aun destaca el hecho de que nuestra violencia, ya no solo es una fuerza que empuja, que lucha; en nuestros tiempos debemos acostumbrarnos a hablar de maldad.

Se trata exactamente de esto, de reflexionar, de mirar a nuestro alrededor y estar conscientes sobre lo que está pasando, de sentarnos a pensar qué podemos hacer con este flujo de cosas que se nos vienen encima, como educadores, como ciudadanos y como escritores. Y cuando hacemos ese ejercicio de reflexión, cuando despertamos dentro de la gran masa que nos utiliza, es cuando podemos estar más seguros que nunca que el señor Chirinos lo ha hecho todo muy bien.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bremond, Claude (s/f). El mensaje narrativo.
Chirinos, Orlando (2005). Los Días Mayores. Caracas, Venezuela: Monte Ávila.
Franco, Jorge (1999). Rosario Tijeras. Bogotá, Colombia.
Moreno Olmedo, Alejandro (2007). Y salimos a matar gente: Investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular. Maracaibo, Venezuela: Ediciones del Vice Rectorado Académico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opina sobre este artículo